EL DIOS QUE YO CONOZCO

Se necesitan pastores

Se necesitan pastores -pastores fieles- que no halaguen al pueblo de Dios ni lo traten con aspereza, sino que lo alimenten con el pan de vida.

Hechos 1:7




"Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad" (RV-1960).


"Respondeu-lhes: Não vos compete conhecer tempos ou épocas que o Pai reservou pela sua exclusiva autoridade" (VARA 2ª ed.).


"And he said unto them, It is not for you to know the times or the seasons, which the Father hath put in his own power" (KJV).


"Dixit autem eis non est vestrum nosse tempora vel momenta quae Pater posuit in sua potestate" (Vulgata).

Hechos 1:6b. Israel

οι μεν ουν συνελθοντες ηρωτων αυτον λεγοντες κυριε ει εν τω χρονω τουτω αποκαθιστανεις την βασιλειαν τω ισραηλ

“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”

Israel

Hasta este momento los discípulos aún no habían captado el concepto del reino espiritual para todas las naciones (Mateo 8: 11-12), compuesto del verdadero Israel con el corazón circuncidado (Romanos 2: 28-29). Tampoco comprendían que cuando la nación judía rechazó a Jesús se había separado de la raíz y del tronco del verdadero Israel, en el cual los conversos cristianos, fueran judíos o gentiles, debían ser injertados (Romanos 11). Es evidente que aún esperaban que se estableciera el reino mesiánico de David, en la monarquía en Judá, en el pueblo judío literal.

No presenta dificultad alguna el hecho de que los discípulos emplearan la palabra "Israel" para referirse a "Judá". Es verdad que con frecuencia se emplea el nombre "Israel" para designar a las diez tribus del norte y distinguirlas de Judá; pero también se aplica muchas veces al conjunto de las doce tribus y aun a Judá específicamente, así como al pueblo escogido de Dios sin ninguna distinción de tribu.¹ El contexto debe indicar el sentido en todos los casos. Por lo tanto, no es sorprendente que en el NT siempre encontremos que se aplica el nombre "Israel" a toda la nación judía. Aunque los judíos de ese tiempo eran mayormente de la tribu de Judá, les pertenecía la sucesión directa y legítima no sólo por ser de la provincia postexílica de Judá (que era la continuación del anterior reino de Judá), sino también de la nación de Israel originalmente unida.

Los judíos de los dias de Cristo eran los herederos de la antigua teocracia que había sido gobernada por la dinastía davídica instituida por Dios, centrada en el culto del templo divinamente ordenado y fundada sobre el pacto nacional entre Dios y su pueblo escogido. Pablo llama a sus compatriotas judíos "israelitas", de los cuales, según la carne, eran "la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo" (Romanos 9: 4-5; cf. vers. 3; ver cap. 3: 1-2; 11: 1).

Por lo tanto, no era irrazonable que los discípulos creyeran que las profecías y las promesas que habían sido dadas al Israel de la antigüedad pertenecieran a los judíos, sucesores del antiguo reino davídico, y no al "Israel" de las diez tribus del norte que se habían separado de la casa de David; pues esas tribus no sólo se habían separado de Judá, sino también del templo y del verdadero culto a Dios, y por lo tanto del pacto nacional.

A la realidad de la herencia monárquica de Judá se sumaba el hecho de que esta nación, desde el momento cuando se produjo la separación en los días de Jeroboam, había asimilado a muchos miembros de las diez tribus del norte que deseaban permanecer leales a Jehová (2 Crónicas 11: 13-16; 15: 9; cf. cap. 16: 1).

Estos hechos explican el uso repetido del término Israel para designar al reino de Judá, y, después del cautiverio, a la comunidad judía reconstituida como provincia de Judá, a la cual pertenecían todos aquellos que habían regresado del exilio, sin importar de qué tribu eran (Esdras 2: 70; 3: 1; 4: 3; 6: 16-17, 21; 7: 7, 13; 8: 29; 9: 1; 10: 5; Nehemías 1: 6; 9: 1-2; 10: 39; 11: 3, 20; Ezequiel 14: 1, 22; 17: 2, 12; 37: 15-19; Daniel 1: 3; Zacarías 8: 13; Malaquías 1: 1).

Además, la nación judía del tiempo de Jesús representaba a las otras tribus de Israel, no sólo en población (Lucas 2: 36) sino también en territorio.

Las siguientes personas emplearon el término "Israel" para designar a la nación judía:

(1) Juan el Bautista (Juan 1: 31),

(2) Simeón (Lucas 2: 32, 34),

(3) Jesús (Mateo 8: 10; Lucas 7: 9; Juan 3: 10),

(4) Los discípulos y otros habitantes de Judea (Mateo 2: 20-22; 9: 33; Lucas 24: 21; Hechos 1: 6; 2: 22-23; 3: 12; 4: 8, 27; 5: 31; 21: 28),

(5) Gamaliel (Hechos 5: 35),

(6) Lucas (Lucas 1: 80),

(7) Pablo (Hechos 13: 16-17, 23-24; Romanos 9: 4, 6, 31; 11: 1; 1 Corintios 10: 18; 2 Corintios 11: 22; Filipenses 3: 5).

De modo que estos discípulos continuaban buscando el reino mesiánico profetizado para Israel como restauración de la soberanía nacional judía. El reino del Mesías sin duda habría pertenecido a los judíos si no hubieran perdido su derecho al rechazar al Hijo de David, porque les ofreció un reino de justicia universal en vez de un reino establecido mediante una victoria judía. El rechazo de la nación judía como pueblo escogido, privilegio que desde el comienzo había sido condicional (Éxodo 19: 5-6; Jeremías 18: 6-10; Mateo 8: 11-12; 21: 33-45), era demasiado reciente como para que los discípulos ya lo comprendieran. Bien sabían que el antiguo reino del norte de Israel se había separado definitivamente del verdadero Israel del pacto, excepto en la medida en que sus miembros individualmente prefirieran unirse de nuevo al pueblo escogido. Lo que aún no comprendían era que la nación judía, por haber rechazado el gobierno del Hijo de David, ya no era más el pueblo escogido, aunque individualmente los judíos podían ser injertados en el tronco del verdadero Israel, la iglesia de Jesucristo, en quien no hay distinciones de raza, nacionalidad, ni jerarquía (Gálatas 3: 28-29; Colosenses 3: 11).

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¹ "El Señor envió palabra a Jacob, y cayó en Israel" (Isaías 9: 8).

En este versículo se nombra a Jacob y a Israel. El mensaje del cap. 9: 8-10: 4 se dirige en primera instancia contra las diez tribus rebeldes, a las cuales generalmente se llama Efraín o Samaria (cap. 9: 9, 21). Pero en el vers. 14 es muy probable que se emplee la palabra "Israel" para designar a la nación del norte. En el vers. 8, ¿se refiere Israel a la nación del norte, y Jacob a la del sur, es decir a Judá? Si así fuera, debe entenderse que el Señor envió este mensaje por medio de Judá a Israel. Por otra parte, en un sentido más general, Isaías muchas veces emplea los términos Jacob e Israel para representar a todo el pueblo escogido de Dios (cap. 10: 20-22; 27: 6; 29: 23; 40: 27; 41: 8, 14; 43: 1, 22, 28; 44: 5; 46: 3; 48: 1, 12; 49: 6). Después de la caída final del reino del norte se emplean por lo general ambos términos para designar a Judá.

Hechos 1:6a. ¿Restauras el reino?"

οι μεν ουν συνελθοντες ηρωτων αυτον λεγοντες κυριε ει εν τω χρονω τουτω αποκαθιστανεις την βασιλειαν τω ισραηλ

“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”

Se habían reunido.
Se habían reunido en Jerusalén, en obediencia a la voluntad del Señor (vers. 4) y por acuerdo mutuo. Jesús mismo estuvo con ellos, aunque no se menciona ninguna aparición inesperada o sobrenatural. Esta fue la última reunión de los discípulos con su Señor, porque ocurrió el día de la ascensión (Mar. 16: 19; Luc. 24: 50-51; 1 Cor. 15: 7).

Le preguntaron.
Mejor "le preguntaban", pues el tiempo imperfecto del verbo en griego indica una acción repetida.

¿Restaurarás el reino?
Mejor "en este tiempo, ¿restauras el reino?" O también, ¿Es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?" (BJ).

Los discípulos aún no comprendían la naturaleza del reino de Cristo.

Él no había prometido el tipo de restauración que ellos esperaban. ¹ Pensaban que Jesús "había de redimir a Israel" (Lucas 24: 21) es decir, liberarlo de los romanos.

Pedro y los otros discípulos descubrieron una redención diferente en Pentecostés (Hechos 2: 37-39). La ascensión y la experiencia en el día dePentecostés les dieron una nueva comprensión. Finalmente entendieron la naturaleza espiritual del reino de su Señor.

Los judíos sentían una fervorosa esperanza mesiánica. En los Salmos de Salomón, obra apócrifa escrita poco antes de la era cristiana, se repite con frecuencia esta idea.

La siguiente plegaria es típica. "Mira, oh Señor, y suscítales su rey, el hijo de David, en el tiempo que tú veas, oh Dios, que pueda reinar sobre Israel tu siervo. Y cíñelo de fuerza, para que pueda hacer añicos a los poderes impíos y purificar a Jerusalén de las naciones que la pisotean y la destruyen... Y él purificará a Jerusalén, y la santificará como en tiempos de antaño, para que las naciones vengan desde los confines de la tierra a ver su gloria, trayendo como regalos a sus Hijos que habían desmayado y para ver la gloria del Señor con la cual Dios la ha glorificado" (Salmos de Salomón, 17: 23-35).

Pensamientos tales muy bien podrían haber inducido a los discípulos a esperar que hubiera llegado el tiempo para el establecimiento del reino prometido, lo cual motivó su pregunta.

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¹ Los judíos acariciaban la convicción de que la salvación era para ellos y el castigo para los gentiles (Salmo 79: 6). La idea judía de que la salvación dependía de la nacionalidad y no de la entrega personal a Dios, cegó al pueblo hasta tal punto que no pudo comprender la verdadera naturaleza de la misión de Cristo y lo indujo a rechazarlo. Esperaban que el Mesías aparecería como un poderoso príncipe a la cabeza de un gran ejército para vencer a todos los opresores de los judíos y para someter a todo el mundo a la autoridad de Israel.

Este error fundamental surgió porque los judíos deliberadamente pasaban por alto las profecías que hablaban de un Mesías que sufriría, y aplicaban mal aquellas que destacaban la gloria de su segunda venida. El orgullo, el prejuicio y la opinión preconcebida indujeron a los judíos a este estado de ceguera espiritual. Estaban ciegos ante el hecho de que lo que vale no es la cantidad de luz que brilla sobre una persona, sino el uso que le da a esa luz.

Se deleitaban en la idea de que el castigo de Dios estaba reservado para otros, y hasta pudieron haberse sorprendido de que Jesús ni siquiera lo mencionara -al leer Isaías 61: 1-2, en Nazaret, Jesús omitió las palabras "el día de venganza del Dios nuestro" (Lucas 4: 18, 19)-. Cuando Jesús ensalzó en su sermón la fe de los paganos, insinuando así la falta de fe de los judíos, los oyentes quedaron resentidos y con ira (Lucas 4: 25-29).

Hechos 1:6

“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (RV – 1960).

“Então, os que estavam reunidos lhe perguntaram: Senhor, será este o tempo em que restaures o reino a Israel?” (RA 2ª ed.).

“When they therefore were come together, they asked of him, saying, Lord, wilt thou at this time restore again the kingdom to Israel?” (KJV).

"Igitur qui convenerant interrogabant eum dicentes Domine si in tempore hoc restitues regnum Israhel" (Vulgata)

Hechos 1:5d Espíritu Santo

οτι ιωαννης μεν εβαπτισεν υδατι υμεις δε εν πνευματι βαπτισθησεσθε αγιω [en pneumati baptisthêsesthe hagiô] ου μετα πολλας ταυτας ημερας

“Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”.

A menudo la palabra πνευμα [pneuma] se usa sin el adjetivo αγιος [hagios], pero el contexto con frecuencia indica que se habla del Espíritu Santo.

Las acciones del Espíritu de Dios son evidentes a través de toda la historia sagrada. Cuando el hombre se volvió insufriblemente impío, Dios dijo: "No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre" (Génesis 6:3).

Se informa que sobre varios hombres "el Espíritu de Dios vino sobre él" (1 Samuel 11:6; 19:23; Marcos 12:36; 2 Crónicas 15:1; 20:14; etc.).

El salmista reconoció la importancia del Espíritu de Dios en la experiencia espiritual (Salmos 51:11); también afirmó su omnipresencia (Salmos 139:7-12).

Joel profetizó que el Espíritu de Dios sería derramado sobre toda carne (Joel 2:28, 29), una promesa que citó Pedro cuando el Espíritu Santo fue derramado el día del Pentecostés (Hechos 2:17-21).

En general, los escritores del AT comprendieron que el Espíritu de Dios es una fuerza vitalizadora, sustentadora, estimuladora y capacitadora, identificada con Dios. Sin embargo, no es hasta los tiempos del NT cuando se observa un cuadro más claro de la obra y la personalidad del Espíritu Santo.

Cristo enseñó a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñaría y les ayudaría a recordar las cosas que les había dicho (Juan 14:26), testificaría de él y lo glorificaría (15:26; 16:14), convencería a los hombres de pecado y de su necesidad de justicia (16:8), y los guiaría a toda la verdad (16:13)*.

Pablo reveló que el Espíritu intercede por nosotros (Romanos 8:26), mora en nosotros (8:9), nos capacita con diversos dones espirituales (1 Corintios 12:4, 8-11, 28; Efesios 4:11) y produce frutos en la vida de los cristianos (Gálatas 5:22, 23).

Habló del cuerpo como del templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19), y advirtió contra contristar al Espíritu Santo con el cual estamos sellados para el día de la redención (Efesios 4:30).

Existió y existe mucha especulación con respecto a la naturaleza del Espíritu Santo, pero la revelación ha mantenido bastante silencio sobre el tema.

Queda implícita su personalidad, porque se lo presenta realizando actos como los de una persona: escudriña, conoce, intercede, ayuda, guía, convence. Puede ser entristecido, y se le puede mentir y resistir.

Se lo enumera con las otras personas: Dios el Padre y Jesucristo el Hijo, de tal modo que queda implícito que él también es una persona. Pero con respecto a su naturaleza esencial, el silencio es oro.

El Espíritu Santo tuvo una parte, misteriosa para nosotros, en la concepción de Jesús (Mateo 1:18, 20). Elisabet (Lucas 1:41), Zacarías (Lucas 1:67) y Simeón (Lucas 2:25, 26) actuaron bajo la influencia del Espíritu Santo.

El Espíritu descendió con la forma de una paloma sobre Jesús en ocasión de su bautismo (Marcos 1:10), y el mismo Espíritu lo condujo al desierto de la tentación (Marcos 1:12).

Se dice que Jesús fue "lleno del Espíritu Santo" (Lucas 4:1), y Juan el Bautista predijo que bautizaría en Espíritu Santo (Mateo 3:11). Jesús advirtió a los dirigentes judíos del peligro de blasfemar contra el Espíritu Santo (Mateo 12:32; Marcos 3:29; Lucas 12:10).

Durante su última noche con sus discípulos Jesús presentó a su Sucesor en su discurso de despedida. Prometió que "otro Consolador" - αλλον παρακλητον [allon paraklêton] estaría con sus seguidores para siempre. (Juan 14:16). Esta declaración implica que Jesús era el "primer paraclêtos".

El término παρακλητος [paraklêtos - παρα para + κλητος klêtos], traducido "Consolador", significa literalmente "junto al llamado", "al lado del llamado".

El Espíritu Santo prometido debía continuar con las funciones de Jesús en todo el mundo a través de los siglos. Los discípulos no quedarían huérfanos, privados de un Padre divino para cuidarlos, protegerlos y ayudarlos. En el momento más impresionable de sus vidas, Jesús les mostró la venida del Espíritu Santo como la culminación de su obra terrenal en favor de ellos y la continuación de su tarea.
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*"Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir" (Juan 16:13).

El Consolador es llamado el "ESPÍRITU DE VERDAD". Su obra consiste en definir y mantener la verdad. Mora en el corazón como el Espíritu de verdad, y así llega a ser el "paraklêto". Hay consuelo y paz en la verdad, pero no se puede hallar verdadera paz ni consuelo en la mentira.

El Espíritu Santo viene al mundo como el representante de Cristo. No solamente habla la verdad, sino que es la verdad. Sin el Espírito de verdad no habría hoy verdad salvadora para nosotros. Cristo es la personificación de la verdad (Juan 14:6), y nadie sino el Espíritu de verdad puede llevarnos a la compresnsión del carácter y la obra, el sufrimiento y la muerte de Cristo.

El asiento de la autoridad divina sobre la tierra es el Espíritu Santo. El cardenal Newman entró en la Iglésia Romana porque buscaba una autoridad suprema y encuentró una especie de reposo en la autoridad esgrimida por la Iglésia Católica. Pero olvidó que en asuntos de fe y doctrina y administración la única fuente de autoridad es el Espíritu Santo, y que "Jesús es el Señor".

Ese es el centro ineludible de toda doctrina cristiana. Todo lo demás surge de allí, porque "nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Corintios 12:3). Este señorio de Cristo es la base de toda la doctrina verdadera relativa a los últimos dias.

"Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven" (Romanos 14:9).

La nota distintiva del papado, sin la cual no existiría, es la afirmación según la cual el papa es el vicário o sucesor de Cristo.

La nota distintiva del protestantismo, sin la cual éste tampoco existiría, es el hecho de que el Espíritu Santo es el verdadero vicario y sucesor de Cristo aqui en la tierra.

La dependencia de organizaciones y dirigentes, o de sabiduria terrenal, significa poner lo humano en lugar de lo divino, y en efecto es adoptar el principio del catolicismo romano.

Hechos 1:5c Seréis sumergidos en Espíritu Santo

οτι ιωαννης μεν εβαπτισεν υδατι υμεις δε εν πνευματι βαπτισθησεσθε αγιω [en pneumati baptisthêsesthe hagiô] ου μετα πολλας ταυτας ημερας

“Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con [en] el Espíritu Santo dentro de no muchos días”. Lit: "en Espíritu Santo seréis sumergidos"

Lectura variante (varia lectio - v.l.) βαπτισθησεσθε εν πνευματι αγιω [baptisthêsesthe en pneumati hagiô] "seréis sumergidos en Espíritu Santo".

"Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego - αυτος υμας βαπτισει εν πνευματι αγιω και πυρι [autos humas baptisei en pneumati hagiô kai puri] ". (Mateo 3:11)

"He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto - εως ου ενδυσησθε εξ υψους δυναμιν [heôs hou endusêsthe ex hupsous dunamin]" (Lucas 24:49).

Hechos 1:5b Bautizó en agua

“Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”.

El verbo Gr. βαπτιζω [baptizô ] quiere decir "bañar", "sumergir".

Se empleaba para referirse a la inmersión de una tela en una tintura, o al acto de sumergir un tiesto en el agua a fin de llenarlo. También se empleaba en sentido metafórico para referirse a las heridas recibidas en una batalla. Se dice de Esquilo, que aparece tiñendo (literalmente "bautizando") a un hombre en la tintura roja de Sardis.

También se empleaba el verbo βαπτιζω para referirse a una persona que se estaba ahogando en deudas.

El sentido intrínseco de la palabra, junto con los detalles específicos del relato evangélico, deja en claro que el bautismo de Juan era administrado por inmersión: "en agua" ( "Yo a la verdad os bautizo en agua - εν υδατι [en hudati] - para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Mateo 3:11).

Juan el evangelista destaca que Juan el Bautista "bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas" (Juan 3:23). Además, los cuatro evangelistas hacen notar que la mayor parte, si no todo el ministerio de Juan, acaeció en las proximidades del río Jordán (Mat. 3:6; Mar. 1:5, 9; Luc. 3:3; Juan 1:28).

Si Juan no hubiera bautizado por inmersión, habría encontrado suficiente agua en casi cualquier punto de Palestina.

Es evidente que lo mismo ocurría con el bautismo cristiano, porque en la descripción del bautismo del eunuco etíope, se nota que tanto el que bautizó como el que fue bautizado "descendieron... al agua... y subieron del agua" (Hech. 8: 38-39). Si hubiera sido adecuado el bautismo por aspersión, el eunuco, en vez de esperar a que llegaran a "cierta agua" para solicitar el bautismo (vers. 36), bien podría haberle ofrecido a Felipe agua de la que llevaba para beber.

Por otra parte, solamente la inmersión refleja con precisión el simbolismo del rito bautismal.

En Romanos 6:3-11 Pablo enseña que el bautismo cristiano representa la muerte. El ser bautizado, dice Pablo, es ser bautizado en la muerte de Cristo (vers. 3), ser sepultado "juntamente con él para muerte por el bautismo" (vers. 4), ser plantado "juntamente con él en la semejanza de su muerte" (vers. 5), ser "crucificado juntamente con él" (vers. 6). Pablo concluye: "Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios" (vers. 11).

Es evidente que derramar agua o asperjarla sobre una persona no puede simbolizar la muerte ni la sepultura.

Pablo aclara más el sentido de lo que dice señalando el importante hecho de que el salir del bautismo simboliza la resurrección "de los muertos" (vers. 4). Es evidente que los escritores del NT sólo conocían el bautismo por inmersión.

El uso del agua para la purificación ritual no era novedad en tiempos de Juan el Bautista. Las leyes levíticas mandaban al leproso sanado (Lev. 14: 9), a los que habían tenido impurezas físicas (cap. 15), al que había comido animal mortecino (cap. 17: 15), al sumo sacerdote (cap. 16) y al que se preparaba para comer cosa santa (22: 6), a que se lavaran para ser limpios. Por lo tanto, el símbolo del lavamiento para quitar la inmundicia era bien conocido.

La comunidad de Qumrán practicaba ritos de lavamiento. Las ruinas de su establecimiento monástico muestran claramente cisternas y estanques con accesos escalonados para facilitar la entrada y la salida del agua.

El Manual de disciplina describe las ceremonias diarias de purificación y para limpiarse del pecado. La persona misma cumplía el rito sin que otro lo administrara. Qumrán queda a poco más de 20 km del lugar donde se cree que Juan bautizaba. Muchos han querido ver una estrecha relación entre los dos, pero el estudio cuidadoso de los restos arqueológicos y de los escritos esenios muestra que aunque había parecidos, no hay por qué pensar que Juan fuera esenio ni que estuviera siguiendo las costumbres esenias.

Por otra parte, en la literatura rabínica de épocas posteriores, se mencionan también ritos de purificación mediante inmersión en agua. Muy posiblemente esto refleje costumbres más antiguas que los libros mismos, pero esto no se puede asegurar.

El que las escuelas de Hillel y de Shammai aparezcan discutiendo cuestiones de inmersión ritual indicaría que esto viene del primer siglo (ver Mishnah Pesahim 8. 8).

Al parecer, los prosélitos debían pasar por este rito, como también las mujeres después de la menstruación (ver Talmud 'Erubin 4b, p. 20; Yebamoth 47a, 47b).

Si bien había algún precedente para la idea de purificación por agua, el bautismo como tal es diferente a los ritos judíos y esenios.

Es evidente que los judíos que acudían a Juan en el desierto comprendían el significado de ese rito y lo consideraban como un procedimiento apropiado. Aun los representantes del sanedrín que fueron enviados para interrogar a Juan no pusieron en tela de juicio el rito del bautismo en sí, sino sólo la autoridad de Juan para realizarlo (Juan 1:19-28).

En todo el NT se ve que el bautismo cristiano es sencillamente un símbolo y que no infunde gracia divina. A menos que una persona crea en Jesucristo (Hechos 8:37; cf. Romanos 10:9) y se arrepienta del pecado (Hechos 2:38; cf. cap. 19:18), el bautismo de nada le puede servir. (Ver: EL BAUTISMO - I; EL BAUTISMO - II; EL BAUTISMO - III, en Historia Eclesiástica.

En otras palabras, no hay poder salvador en el rito mismo, aparte de la fe en el corazón del que recibe el rito.

Por éstas y otras consideraciones, queda en claro que el bautismo de los párvulos no tiene sentido en lo que concierne a la salvación del niño. El bautismo sólo puede ser significativo cuando el niño tiene edad suficiente como para entender la salvación, la fe y el arrepentimiento.

Los judíos reconocían la validez del bautismo para los prosélitos, o sea, los gentiles que se habían convertido al judaísmo. El que Juan lo exigiera de los, judíos mismos - y aun de sus dirigentes religiosos - era lo más notable de su bautismo. Además, consideraba que su bautismo sólo preparaba para el bautismo que había de ser administrado por Cristo (Mateo 3:11).

A menos que los judíos aceptaran el bautismo de Juan y el bautismo subsiguiente del Espíritu Santo por medio de Jesucristo, no eran mejores que los paganos. El que fueran descendientes de Abrahán de nada les serviría (Mateo 3:9; cf. Juan 8:33, 39, 53; Rom. 11: 21; Gál. 3:7, 29; Sant. 2: 21; etc.).

Hechos 1:5a Juan

“Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”.

Juan el Bautista, el precursor de Jesucristo e hijo de Zacarías - sacerdote de la "clase de Abías"- y de Elisabet (Lucas 1:5).

Mientras Zacarías estaba cumpliendo sus funciones sacerdotales de quemar incienso en el templo, Gabriel lo informó del nacimiento de un hijo y le dio instrucciones de llamar su nombre Juan y criarlo como nazareo.

El ángel predijo que el niño sería lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, y que saldría con el espíritu y el poder de Elías para "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lucas 1:8-17).

Al recordar su propia edad avanzada como también la de su esposa, Zacarías expresó dudas acerca de las palabra del ángel, y por ello quedó mudo (Lucas 1:18-22). A su debido tiempo nació el niño, y 8 días más tarde fue circuncidado.

Los vecinos y parientes supusieron que el niño se llamaría Zacarías, pero Elisabet, siguiendo las instrucciones del ángel (Lucas 1:13), insistió en el nombre Juan. Cuando Zacarías fue consultado por señas, escribió en una tableta que el nombre debía ser Juan; en ese momento recuperó el habla.

Estos sucesos extraños asombraron a la gente de la región, de modo que se preguntaban qué clase de niño sería el que nació (Lucas 1:57-66). Su padre, lleno del Espíritu Santo, profetizó que su hijo sería llamado "profeta del Altísimo" y que iría "delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos" (Lucas 1:67-79).

Era primo de Jesús y unos 6 meses mayor que él (Lucas 1:36), por lo que probablemente comenzó su ministerio unos 6 meses antes que Cristo, más o menos a los 30 años de su vida. Era la edad en la que los judíos consideraban que el hombre había alcanzado su madurez plena y, por tanto, podía aceptar las responsabilidades de la vida pública (cf 3:23).

Aparentemente, Juan fue un hombre de aspecto y carácter rudo. No vaciló en hablar claramente cuando fue necesario (Mateo 3:7-12; Lucas 3:7-9). Era austero; hasta parecería de hábitos casi antisociales (Mateo 11:19; Lucas 7:33): comía alimentos muy sencillos, - como langostas y "miel silvestre"-, su ropa estaba tejida de pelo de camello y usaba un cinturón de cuero (Mateo 3:4; Marcos 1:6; cf Mateo 11:8 ).

Creció en el desierto, donde vivió hasta el comienzo de su ministerio. La Biblia no ofrece información con respecto a la vida y educación temprana de Juan, fuera de decir que "el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel" (Lucas 1:80).

Parecería que toda su predicación se realizó en el "desierto de Judea" (Mateo 3:1), una región de cerros estériles entre el Mar Muerto y los montes más altos de la región central de Palestina. Lucas afirma que trabajó en la "región contigua al Jordán", y que su predicación en el desierto era el cumplimiento de la profecía de Isaías (Lucas 3:3, 4).

Una razón para predicar cerca del Jordán fue sin duda la presencia del río para los bautismos (cf Juan 3:23). El poder de su mensaje queda demostrado en que salían multitudes de las ciudades y de los campos para escucharlo y ser bautizados por él (Mateo 3:5, 6; Marcos 1:4, 5; Lucas 3:7). No sólo su palabra llevó frutos entre los judíos de Judea, sino que los efectos de su mensaje se esparcieron por regiones más allá de Palestina (Hechos 18:25; 19:3).

El clímax y el comienzo de la declinación del ministerio de Juan llegó el día del bautismo de Jesús (Juan 1:33). Cuando el Señor lo pidió, Juan puso objeciones, afirmando que él mismo necesitaba ser bautizado por Cristo, pero Jesús le instó a que realizara la ceremonia, "porque así conviene que cumplamos toda justicia" (Mateo 3:13-15).

Después del bautismo, Juan vio al Espíritu Santo en forma de paloma que descendía sobre Jesús, y oyó una voz del cielo que testificaba que era el Hijo de Dios (Mateo 3:16, 17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21, 22; Juan 1:30-34).

"El día siguiente" Juan señaló a Cristo como el Cordero de Dios a quienes lo rodeaban (Juan 1:29). Más tarde, cuando repitió su declaración, dos de sus discípulos que habían escuchado sus palabras comenzaron a seguir a Jesús (Juan 1:36-42), símbolo del cambio que se produciría en las multitudes que abandonarían a Juan para seguir al nuevo Maestro (Juan 3:26).

En ningún momento fue mayor la grandeza de Juan que cuando algunos de sus discípulos vinieron a él con el mensaje de que todos los hombres seguían a Jesús. Su respuesta mostró la más completa abnegación y entrega a Dios: "No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo... Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe" (Juan 3:2) .

Algunos meses, o tal vez un año o más después del bautismo de Jesús, Herodes Antipas lo encarceló, porque lo había reprendido valientemente por abandonar a su esposa y casarse con su sobrina Herodías, que era la esposa de su hermanastro Herodes Felipe (Mateo 14:3, 4; Lucas 3:19, 20).

Algún tiempo después de su encarcelamiento Juan envió a dos de sus discípulos a Jesús para preguntarle si era el Mesías o no. Jesús les pidió que le contaran a Juan lo que habían visto y oído: cómo los enfermos sanaban, los muertos resucitaban y el evangelio era predicado a los pobres (Mateo 11:2-6; Lucas 7:18-23).

Después de la partida de los mensajeros, Jesús pronunció un maravilloso panegírico de su precursor: Juan no era vacilante ni indeciso, como un junco movido en la dirección en que sopla el viento; no era un hombre de vestimenta y maneras palaciegas, sino un profeta, y mucho más que un profeta, a quien se le dio la tarea de anunciar la venida del Mesías (Mateo 11:7-18; Lucas 7:24-35).

Tal vez unos 6 meses después de este incidente Juan fue decapitado. Su muerte se debió a las intrigas de Herodías, que odiaba a Juan por haber reprendido los actos de Herodes en relación con ella (Marcos 6:19). En ocasión del cumpleaños del gobernante, cuando éste atendía a algunos invitados importantes, Salomé, la hija de Herodías y Felipe, bailó ante ellos. Su actuación agradó tanto a Herodes que le ofreció lo que pidiera, hasta la mitad de su reino.

Salomé consultó con su madre, que le indicó que pidiera la cabeza de Juan. Esto turbó a Herodes, porque lo respetaba y temía. Sin embargo, consideró que no podía dejar de cumplir su promesa; de modo que ordenó que el profeta fuera decapitado. La orden se cumplió y la cabeza del Bautista fue presentada en una bandeja (Mateo 14:3, 6-11; Marcos 6:19-28).

El cuerpo de Juan fue sepultado por sus discípulos (Mateo 14:12; Marcos 6:29).

Cuando más tarde Herodes oyó acerca de Jesús y de sus obras maravillosas, pensó que era Juan resucitado de los muertos (Mateo 14:1, 2; Marcos 6:14, 16; Lucas 9:7). De acuerdo con Josefo, el encarcelamiento y la muerte de Juan ocurrieron en la fortaleza de Machaeros (Maquero), en Perca, al este del Mar Muerto.

Los Rollos del Mar Muerto, descubiertos desde 1947, y las excavaciones en Qumrán revelaron varios paralelos estrechos entre las costumbres y enseñanzas de la secta de Qumrán y las de Juan el Bautista.

Como Juan, los miembros de la comunidad de Qumrán, probablemente esenios, vivían en el desierto de Judá y se negaban la mayoría de las comodidades de la vida. Creían en la separación del mundo y en una vida de negación propia para "preparar el camino del Señor" citando, como lo hizo Juan, Isaias 40:3 (1 QS viii.13-16; cf Mateo 3:3).

Practicaban lavamientos rituales en estanques, ríos y en el mar, y los novicios parecen haber sido sometidos a una especie de bautismo. Sus creencias, reflejadas en sus libros, y sus expectativas del Mesías y otras enseñanzas también muestran paralelismos con las de Juan.

Estos parecidos han sugerido que antes de su ministerio público Juan pudo haber sido miembro de la comunidad de Qumrán y que, como tal, compartía muchas de sus convicciones e ideales, pero que se había separado de ellos y de su mundo cuando Dios lo llamó a la obra pública que prepararía el camino para el ministerio de Jesús.